La Toscana

Paisajes que enamoran

Si hay una región en Italia capaz de enamorarnos locamente esa es sin duda La Toscana. Lo reconocemos, soñamos con ella continuamente. Y es que este rinconcito del mundo formado por suaves colinas, viñedos, cipreses, coquetos pueblos medievales y una gastronomía envidiable nos hace sentir que estamos en el mejor paraíso rural. Fíjate bien en estas imágenes y entenderás rápidamente lo que quiero decir.

La región de Toscana es una de las mayores y más importantes regiones italianas por su patrimonio artístico, histórico, económico, cultural y geográfico. Está ubicada en la zona central de Italia, es una tierra que ofrece múltiples experiencias a sus visitantes, vivencias únicas que involucran cientos de años de historia y un legado artístico – cultural único en el mundo. Todo esto combinándose con la posibilidad de disfrutar de sus paisajes, de su gente y sus atractivos en cada uno de sus pueblos y ciudades.

La ondulante campiña toscana se extiende hasta el infinito entre viñas y olivares. En el paisaje toscano, como en el arte que embellece sus ciudades y pueblos medievales, todo es perfecto. Los cipreses se combinan armoniosamente con las tierras de cultivo, los restos de murallas etruscas, los elegantes palacios de piedra y los caminos serpenteantes. Nada parece producto del azar. Es una tierra orgullosa, sometida desde hace siglos a los dictados de la belleza e incluso a la fealdad de los barrios dormitorio o de las zonas industriales, que desaparece por encanto, engullida por el verdor de sus suaves colinas.


El viaje a la Toscana es un viaje iniciático al arte refinado, a la belleza sublime y a la historia con mayúsculas. Por la comarca pasaron los etruscos, los romanos y los grandes mecenas renacentistas que convirtieron ciudades como Florencia, Pisa y Siena en belicosos centros de poder durante siglos, y ese ambiente todavía se respira en cada piedra. Su enfrentamiento histórico se huele en la cocina y se escucha en las variedades lingüísticas. El viajero ha de ser precavido para no enloquecer ante tanta hermosura y acabar formando parte de la larga lista de afectados por el Síndrome de Stendhal.

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